jueves, 24 de enero de 2013

Despertar

Os traigo uno de los primeros muros derribados, esto es, fragmentos que por una razón u otra no han tenido cabida en esta novela pero que me gustaría compartir, para que no queden en el olvido. Podéis considerarlo una toma falsa o la escena eliminada de una película. El caso es que no quiero que estos párrafos caigan en el olvido. ¿Quién sabe? Si estos muros no pueden volver a ponerse en pie, tal vez puedan constituir los cimientos de algo nuevo y distinto. O, incluso, puede que vuelvan a la vida...


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Negro fue lo primero que vi al abrir los ojos, como si se prolongase la oscuridad del sueño. Deslicé los dedos a lo largo de su cuello admirándome del contraste de nuestras pieles, noche y día, fijándome en cómo se elevaba y hundía su torso. De vez en cuando él dejaba escapar una respiración más profunda que aprisionaba mi cuerpo contra el viejo colchón y me recordaba que seguía viva. Poco a poco me estiré hasta liberarme de su abrazo.

Seis años llevaba despertando de aquella manera. El sol siempre esperaba coqueto a que vaciara una o dos tazas de café cigarrillo en mano, sentada en la escalera de piedra de la entrada. Desde allí podía escuchar a las gallinas removerse en el pequeño corral, dos metros más allá, y si hacía un gran esfuerzo, también las andanzas de algún gato en el jardín.

Aquella mañana era especialmente pronto. La luna tenía un aspecto inflado y amarillento reflejada en el contenido de mi taza. Tan solo se oía el zumbido de una brisa fresca que me hizo arrebujarme en la camisa de George. Di una calada al cigarrillo. Tenía todo el tiempo del mundo, o así lo sentí. Nadie sabía que estaba despierta. Nadie me estaba esperando. No tenía nada que hacer… salvo pensar.

Papá solía afirmar que nadie recuerda el momento en que aparece la Persona que lo Cambiará Todo, del mismo modo que pasa por alto el encuentro con un desconocido. Decía que un apretón de manos no bastaba para leer el futuro.

No visitaba a mi padre desde que mamá se fue con él para hacerle compañía, pero cada mañana, sorbo tras sorbo de café, mi organismo asimilaba la razón que había en sus palabras, a la vez que maldecía mi insensatez por hacerlas convertidas en ceniza años atrás. Qué distinto había sido todo con George… y qué distinto sería a partir de aquel día.

2 comentarios:

  1. Supongo que a todos —al menos a mí XD— nos resulta muy difícil deshacernos de partes que nos gustan incluso cuando entendemos que el resto está mejor sin ellas. Buena idea esto de mostrarlas, un pequeño consuelo.

    Un abrazo^^

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    Respuestas
    1. ¿Verdad que sí? Tienes razón, duele sacar las tijeras, pero dejarlas guardadas a menudo termina obstaculizando cualquier avance.

      Espero que hayas disfrutado, eso ayuda.

      ¡Abrazos!

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